ERES LO MAS BONITO QUE TENGO

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domingo, 14 de septiembre de 2008

Atreverse

Cuando cae la tarde me gusta pasear inquieta bajo la dársena azul que parece vigilar cada uno de mis pasos. Con los pies húmedos, caminaba por la arena, hundiéndome en ella... en cada paso como en el primero.Solía caminar por la orilla, por ese camino sinuoso dibujado entre la arena y la olita. Allí donde él viene a mi encuentro y dónde yo espero inquieta su vaivén. Me viene entonces a la cabeza un recuerdo, y es que de niña como no me atrevía a pisar el agua me contentaba disfrutando del contacto de mis pies con la arena. A veces, estaba seca y el camino se hacía pesado; otras, un tanto húmedo pues la marea a escondidas había subido y en mi ausencia (e ignorancia) había vuelto a su sitio. Y cuando esto ocurría el camino era más fácil.Un día, paseando por la playa, y en su presencia persistente y azul, comencé a caminar por el otro lado. Había descubierto el tibio placer (y necesario) del sentir su va-i-vén en mis tobillos. Pronto descubrí las ventajas de ese lado. Descubrí el efecto refrescante que me causaba, sobre todo en los días, en los que a causa del sol, más me fatigaba. Aprendí de la experiencia que por más que salada esa agua también sacia.Otro día y sin querer caí en la cuenta de que podía alzar la vista y seguir andando, entonces también hallé el horizonte y en él, mil razones y mil motivos por los que estar allí, en la playa, paseando. Aprendí a contemplar “a solas” la línea que separa el azul de los azules, allá donde el (a)mar abraza al cielo. Y yo seguí en la orilla, sintiendo el vaivén del mar. Tendiéndole la mano al mar y en consecuencia al… ... descubrí un mar más largo, más profundo y con un azul más intenso que nunca, uno más cómplice que nadie, un (a)mar conjugado y un infinitivo perfecto. Un (a)mar con horizonte, uno "con fin en si mismo".

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