Sin miedo a equivocarme,
podría afirmar el poder divino de la fe; la fe en nosotros, la fe en la vida. Si
guardamos o escondemos en nuestro corazón los tristes, amargos o tal vez los
pálidos recuerdos del ayer e ingenuamente el miedo del mañana; nunca podremos
ver lo indestructible, lo eterno. De
alguna u otra forma, vivamos cómo tengamos que vivir. Luchemos por lo que debe
ser luchado y amemos por lo que merece ser amado.
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